Existen dos clases de sufrimientos, dos clases de dolores. Los que se presiente que terminarán, que parecen tener remedio, una solución, que esperamos y deseamos. Y los que nos hacen dudar, los que son tan intensos que nos procuran una inquietud de eternidad: ¿y si esto durara para siempre?
La adversidad supone una salida, permite albergar esa esperanza. La desdicha, no. Sobreviene un sentimiento de desamparo cuando ya no parece posible ni concebible felicidad alguna. No es algo pasajero, ni siquiera malo, es un estado, una duración que se anuncia sin fin visible. Quien presiente la duración de la desdicha teme que sea eterna y se siente perdido. Dondequira que se pose la mirada, encuentra la negrura, el vacío o el miedo. ¿Será posible luchar?
Permítanme hablarles de los compañeros de viaje, especialmente de aquellos cuya compañía le da sentido propio a la travesía. De los que se embarcan contigo con un billete de ida sin preocuparse de no tener billete de vuelta ni tampoco horario de regreso. De los que aportan luz cuándo la oscuridad parece querer envolverlo todo. De los que le ayudan a uno a encontrarse cuándo se anda perdido y también a perderse cuándo nos invaden las ganas de desaparecer del mundo. De aquellos con los que no existen palabras de agradecimiento suficientes.
Creo que uno aprende a valorar especialmente lo que tiene y todo lo que consigue cuándo lo hace acompañado de gente que consigue que te enorgullezcas de tenerlos a tu lado. Sin ellos, el camino, la lucha y las penas perderían buena parte de su sentido. Te das cuenta de que sin ellos no estarías aquí y seguramente no encontrarías fuerzas suficientes para cargar con el peso de los días. Sin ellos, ni los éxitos ni los fracasos se saborearían del mismo modo, con toda su intensidad.
El tiempo, los espacios, los sucesos, los hechos... todo ello está marcado con el toque mágico y la grandeza de nuestros compañeros de viaje y aventura. Es precisamente en los momentos difíciles cuándo demostraremos todo aquello de lo que sé que somos capaces. Que no nos embargue el desánimo, que no nos pueda la rabia ni la tristeza ni el desasosiego. Que no nos arranquen ni tan sólo un segundo de fuerzas y valentía, no se lo merecen. Sobretodo, no nos lo merecemos.
¿Merece la pena decir que haremos lo que hay que hacer sin dejar de ser lo que somos? Yo creo que sí, creo que es un mensaje necesario. Contigo, con vosotros, lo conseguiremos. Que a nadie le quepa la menor duda. Y ya ha llegado el momento de empezar a demostrarlo.
Nací en Barcelona en Septiembre de 1983, crecí en Mataró y actualmente vivo en Sant Joan Despí. Soy Ingeniero Técnico de Telecomunicaciones, especialista en Sistemas Electrónicos, pero me dedico a la gestión pública. Amante del cine, la literatura, la buena comida, las conversaciones agradables y las personas interesantes, intento disfrutar de todo lo que hago y me gusta escribir poesía para las personas que me roban el sueño. Me considero socialdemócrata, milité en la JSC durante 11 años y medio.