El Hotel Ryugyong
En 1990, en los albores del fin del comunismo en la URSS, se produjo un colapso económico y energético en multitud de países del otro lado del telón de acero. Los mercados cayeron y con ellos las fuentes de petróleo que sostenían energéticamente a millones de personas.
En algunos lugares el golpe fue especialmente duro. En Corea del Norte, la gente abandonó decenas de miles de tractores en medio del campo, los camiones se pararon, los coches, las fábricas, los servicios de riego, de fertilizantes, pesticidas y herbicidas, el colapso agrícola... se llevó por delante las vidas de 2 millones de personas que murieron de inanición, el 10% de la población de aquél país.
El hambre dejó tras de sí un paisaje desolador. Por aquel entonces en Pyongyang, la capital, se encontraba en fase de construcción el Hotel Ryugyong. Con su forma piramidal, de tres alas que miden 100 m de largo por 18 de ancho, convergiendo en un pináculo cicular de 40 m de diámetro con 8 plantas rotatorias coronadas por 6 plantas estáticas, iba a ser el hotel más grande del mundo y uno de los edificios más altos de la Tierra, con sus imponentes 330 m elevándose sobre la mirada de todos los coreanos.
Como es natural, este proyecto faraónico fue abandonado, dejado a medio construir, esperando mejores tiempos. Tiempos en los que la energia necesaria para emprender una obra de tales características, indispensable para comer, no fuese tan escasa. Tiempos que, dicho sea de paso, todavía no han llegado.
Hoy todavía se levanta el enorme armazón de hormigón vacío sobre el cielo de Pyongyang, la "capital de los sauces". Y levantando la vista al cielo sobre el Hotel Ryugyong, aún puede verse una grúa instalada de forma perpetua en la punta del edificio, testimonio mudo de un lugar gris en el que sus habitantes, carentes de toda libertad, se mueren de hambre y pena a la sombra de un sueño hotelero proyectado en un infierno al que ningún turista gosaría acercarse.
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