El profesor
Nunca me ha costado reconocer que mis años de estudiante en el IES Miquel Biada fueron algunos de los más felices y enriquecedores de mi vida. Especialmente guardo un gran recuerdo de mis años en bachillerato, porque los años que allí pasé me cambiaron la vida, me hicieron crecer a nivel personal y me permitieron conocer a muchas personas con las que compartí momentos de enorme valía.
En aquella época aprendí el verdadero valor del compañerismo y de cómo cuándo un grupo de personas trabajan juntos por algo con ilusión, casi todo es posible. Éramos un grupo de alumnos por los que muchos no hubieran dado un centavo, y casi sin darnos cuenta, conseguimos vencer mil y una situaciones de todo tipo. Éramos unos insensatos con la virtud de crearnos problemas. Éramos, en definitiva, unos supervivientes que aprendimos a nadar después de habernos tirado de cabeza a la piscina.
Les confieso que llevaba mucho tiempo sin pensar en aquellos maravillosos años y que ayer por la tarde, a través de una de esas conversaciones en las que el tiempo se detiene, regresé a los años más agitados de la adolescencia y volví a disfrutar de la compañía de ese profesor de cuyas lecciones no sólo aprendí, sino que con el tiempo me dí cuenta que además me hicieron ser mejor persona.
Y les confieso también que cuándo pienso en aquella época me siento invadido por una cierta nostalgia cargada de emoción. Y es precisamente entonces cuándo me doy cuenta de que a pesar de los años pasados y de los que todavía pasaran, aún guardo un pedazo de mi corazón al final del pasillo del segundo piso, en algún rincón recóndito de un aula de audiovisuales.
Imagen de http://www.tecnocampus.com/
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