sábado, febrero 18, 2012

Atardecer

De un tiempo a esta parte tengo la sensación de que el atardecer es el único momento del día que me apetece de verdad. El único del que espero que sea realmente capaz de sorprenderme y atraparme, si se dan las condiciones adecuadas, claro.

Todo lo demás, el alba, el mediodía e incluso la profunda noche, casi parece que me sobre un poco, cómo si todo fuera una simple espera o un matar el tiempo, cómo el que se distrae contemplando la calle mientras espera el autobús. Pero por favor no me malinterpreten. Que parezca que me sobren los momentos no significa que me sobren también las personas que los llenan, nada más falso ni lejos de la realidad.


Y es que añoro los atardeceres imprevisibles, la luz de las farolas que se empiezan a encender, las calles del Born (uno de los escenarios de mi vida), las gentes volviendo hacia sus casas, las horas libres sin miradas al reloj, un Manhattan o un regusto dulce y seco en el paladar, las conversaciones imposibles bajo la caída del sol y el paraguas del pasar distraído del tiempo y las horas. Y es que añoro recargar las fuerzas en atardeceres así, que a veces la vida nos da demasiado poco margen para disfrutar de treguas que merezcan la pena. Y, modestamente, creo que ya me va tocando.


Imagen de http://www.tripadvisor.es