viernes, julio 13, 2012

Aplausos, ecos y mentiras

Ayer, al escuchar los aplausos de los diputados del PP me sobrevino un escalofrío. El Presidente del Gobierno iba desgranando, una por una, las medidas con las que se pretende hacer frente a la complicadísima situación económica. Cada medida resulta aún más dura que la anterior: reducción de la prestación por desempleo, subida del IVA, tijeretazo a las ayudas a la dependencia, bajada salarial a los funcionarios... un recorte de nada menos que 65.000 millones de euros que pagarán directamente las familias, los parados, los funcionarios y los pensionistas.

Y ante ese relato de miseria y terror que tan sólo generará dolor en forma de sueños rotos, que sólo va a provocar que miles de españoles pasen hambre y que otros muchos acaben perdiendo su hogar, los diputados del PP aplaudían con furor inusitado, con rabia, con entusiasmo desesperado...

Mientras me llegaba desde el televisor el eco de esos aplausos, cada vez con más energía, con mayor fuerza, con el delirio inhumano que tan sólo cabe en la mente de un desquiciado, entendí que aquellos era los ecos siniestros de la mentira, del engaño y de la falta de escrúpulos.

Recordé las perversas mentiras lanzadas en las horas antes de aquella noche electoral de 2004, cuándo el PP de Aznar y de Rajoy se retorció intentando perpetuarse en el poder. Recordé los engaños durante sus años de oposición, con el "todo vale" como bandera, agitando las llamas de un descrédito político que hoy consume la confianza ciudadana en el servicio público. Recordé la falta de escrúpulos durante la última campaña electoral, dónde negando la mayor, engañaron al prójimo diciendo que jamás harían todo lo que ahora hacen. Cada nuevo aplauso me traía un recuerdo que me iba devolviendo al pasado, a imágenes ancladas en la memoria que ahora parecen lejanas y difusas.

Durante los años de gobierno socialista cometimos errores, es cierto. Calibramos mal el alcance real de la crisis, fuimos incapaces de plantear un sistema fiscal que repartiese mejor la riqueza y las cargas sociales, y nos mostramos muy poco eficaces en nuestra capacidad de explicar las medidas que íbamos adoptando para intentar capear el temporal de la economia. Los ciudadanos nos castigaron severamente por todo ello. Por supuesto, también hubo logros, hoy injustamente minusvalorados, en materia de igualdad, derechos y prestaciones sociales, aunque hoy no me detendré a hablar de ellos.

Aquellos que ayer aplaudían son los mismos que alimentan la convicción de que todos los políticos son iguales, esa nefasta idea que hoy aparece sumergida en el corazón de nuestra sociedad, y que sólo beneficia precisamente a los que menos iguales son, que son los poderosos, los especuladores financieros, los banqueros y los magnates que cómodamente controlan el poder económico y mediático de este país. Pero sin embargo, en realidad somos tan radicalmente diferentes que jamás un socialista se rompería las manos aplaudiendo medidas como las que ayer el Presidente vomitó en el hemiciclo del Congreso.

Un abismo nos separa y tenemos que demostrarlo. Ha llegado la hora de una oposición firme y sin concesiones. Porque no se puede acordar nada con aquél que abandona a los ciudadanos a su suerte. No hay pacto posible con aquél que renuncia al acuerdo social en las materias más básicas, cómo la sanidad, la educación o las pensiones. No hay pacto posible con aquél que quiere más miseria para los pobres y más ventajas para los que más tienen.

El camino de la recuperación sólo puede pasar por la aceptación de la crítica, por la búsqueda de un modelo alternativo para afrontar las dificultades (que es y debe ser posible), por la sinceridad y por la lucha y la movilización social ante esos aplausos que jamás serán capaces de despojar a los ciudadanos de algo tan básico como nuestra dignidad.