Alto Aragón
Recuerdo unas palabras que me llamaron la atención hace ya algunos años, en una entrevista a Camilo José Cela. El célebre Nobel comentaba que una de las cosas que más le enorgullecían era el hecho de haber podido conocer, visitar y pasar almenos una noche en todas y cada una de las capitales de provincia españolas. Siempre me gustó encontrar nuevos lugares en el ir y devenir de los caminos que andamos a lo largo del tiempo. Aquellas palabras de Cela debieron despertar mi afán viajero por conocer mejor este país y me propuse completar la hazaña de recorrer las 52 ciudades (50 provincias más 2 ciudades autónomas) que conforman esa ruta de capitales.
Así, con este punto de partida, marchaba hace algunos días hacia la ciudad de Huesca, una de las muchas que me faltaba de la lista, antesala de los Pirineos y cuna del alto Aragón. Sumergido en la niebla que cubre buena parte del camino, al acercarse a la ciudad una imagen del Rey Pedro I de Aragón con su espada nos da la bienvenida.
Era muy poco lo que conocía de Huesca antes de este viaje. Así que, con la curiosidad del viajero me sumergí por completo en su centro histórico, de aire tremendamente amable y familiar.
Resiguiendo las calles que nacen y mueren en el Coso Alto y el Coso Bajo, me acerqué hasta el Círculo Oscense, antiguo casino y ejemplo de arquitectura modernista tras el cual se alza el Parque Municipal, en el centro físico de la ciudad. Luego es ineludible subir caminando hasta la Plaza del Mercado, dónde confluyen los aires de modernidad de aspecto renovado junto con la tienda de ultramarinos más antigua de España, "La Confianza", abierta desde 1871. Merece la pena detenerse un momento en "La Confianza" y preguntar por algunos vinos de la tierra, para que nos conduzcan hasta la magnífica bodega situada bajo la plaza.
Tras la Plaza del Mercado y flanqueada por edificios de épocas posteriores, encontramos la Iglesia de San Pedro el Viejo, la más antigua de la ciudad y antiguo monasterio benedictino. Datada en el Siglo XII, en una cámara contigua al claustro del monasterio encontramos el panteón real de los reyes de Aragón, Alfonso I el Batallador y su hermano y sucesor, Ramiro II el Monje.
Más arriba, llegando a la parte alta de la ciudad se encuentran frente a frente el poder civil y el poder religioso, el Ayuntamiento, del S. XVI y la Catedral, de estilo gótico y construida en el S. XIV. Llegar a esta plaza al anochecer nos sumerge en un ambiente fantasmal entre las luces de la catedral y la niebla perenne en las calles, francamente impresionante. En el interior de la Catedral es recomendable detenerse ante el retablo mayor y siempre que la claustrofobia no nos venza, podemos emprender la subida al campanario. La angosta escalera de caracol, que en los últimos pisos tuve que subir de costado, nos lleva hasta la cima de la torre, desde dónde en esta época la niebla nos oculta lo pequeña que es Huesca.
Sumergirse en el Museo Provincial, construido junto al antiguo palacio del gobernador árabe de la ciudad, nos sirve para conocer la leyenda de la Campana de Huesca, que cuenta cómo el Rey Ramiro II decapitó a 12 nobles y al obispo de Huesca por oponerse a su voluntad, para dar así escarmiento al resto de nobles del reino. Existe incluso en el antiguo palacio real, una sala en la que se afirma que tuvieron lugar los hechos.
El pasar de los días en la ciudad nos da tiempo suficiente para emprender rutas por los alrededores de la misma, sumergiéndonos en los pueblos de la comarca de la Hoya de Huesca. Mientras las horas de sol lo aconsejaban, nos pusimos en marcha hacia el Castillo de Loarre, fortaleza románica de vista imponente que se divisa a muchos kilómetros de distancia. La imagen del Castillo en las montañas resulta espectacular y precisamente no hace demasiado tiempo que el director de cine, Ridley Scott, escogió el Castillo para el rodaje de su película "El Reino de los Cielos", con Liam Neeson y Orlando Bloom.
Ir hasta Loarre nos permite también arrimarnos al pueblo para comer en su hospedería, antiguo Ayuntamiento del pueblo y ahora reconvertido en un magnífico establecimiento dónde degustar el ternasco y los vinos de la región. Por el camino nos detenemos en Bolea para admirar su Colegiata, de estilo gótico, erigida en el S. XVI sobre los terrenos del antiguo palacio árabe que servía de primera defensa de Al-Andalus frente a los reinos cristianos del norte. Bolea fue la plaza musulmana más importante de toda la región y en su Colegiata se conserva un hermoso retablo mayor con una fusión de pinturas al temple de influencia flamenca y del Quattrocento italiano. Cerca de allí hacemos un alto en Ayerbe, pueblo en el que pasó su infancia el Nobel de Medicina, Santiago Ramón y Cajal. En Ayerbe las horas las marca la torre del reloj que se levanta en la plaza frente al Palacio de los Marqueses de Urriés.
Cuándo las visitas y el camino nos abrían el apetito, era un verdadero placer detenerse a degustar manjares en los numerosos establecimientos y asadores que nos ofrecen estos paisajes. La trucha, la ternera, las tortetas, las morcillas y longanizas de Aragón o el ya citado ternasco han sido objeto del buen yantar del que escribe estas líneas, siempre acompañados de vinos a base de variedades de uva Merlot o Cabernet Sauvignon. Vinos de cuerpo firme, que casi pueden masticarse, más que beberse.
Y así, llegamos al final del viaje por los parajes de Huesca, quedando un pedacito de corazón tras la niebla que envuelve los caminos que dejamos atrás, con la vista al frente puesta en nuevos senderos por conocer y por emprender con el año nuevo que ya se nos viene encima, con la nostalgia tan típica en estas fechas. Qué bien se está, cuándo se está bien.
Imagen 1: Catedral de Huesca, de Quico Melero; Imagen 2: Campana de Huesca, de José Casado del Alisal
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