Subir una montaña

Hoy al despertarme me sentía cómo si durante cada día de esta semana hubiera estado escalando una montaña de la que, afortunadamente, conseguí llegar a la cima y emprender el posterior descenso con éxito.

Cómo si cada día y sobretodo cada noche, hubiéramos estado bailando con el diablo a la luz de la luna. Cómo si cada jornada en la que respirábamos extasiados, fuese la última y no podía dejarse nada al azar y a la improvisación. Cómo si a cada momento hubiera que asegurarse de que el sueño que estábamos creando era real y de que el camino del éxito y del trabajo bien hecho era el que estábamos recorriendo con una sonrisa en los labios. Ha sido un placer emprender esta aventura.

Aunque para ser justos hay que reconocer que este camino llevaba muchas semanas gestándose y que no hubiera sido posible sin la ayuda de un grupo de personas geniales que han empujado sin cesar y lo han dado todo para poder llevarlo a cabo.

En semanas cómo ésta, uno recuerda el valor del compañerismo y del trabajo en equipo. Ante retos así, uno aprende a mejorar. Y al final, cuándo todo termina, uno puede detenerse para mirar hacia atrás y sentirse parte de algo grande. Y esos son los momentos cuyo valor se aprende a apreciar con el paso del tiempo. Esos son los momentos que merecen la pena.

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