Ciudad abierta
Se ha hecho tan tarde que el cielo ya clarea. En esa hora mágica, cuándo la luz de las farolas ya se desvanece y el sol aún no ha dado muestras de vida, la ciudad es otra. En esa hora mágica, la ciudad es esa ciudad fantasma, de calles que saludan con reproches a los coches que las traspasan guiados por un par de faros llevados por un volante y unas manos vencidas, las mías.
Las gotas de lluvia son una constante en el parabrisas. Su repiqueteo contra el cristal me recuerda al sonido de alguna canción evocadora. La lluvia es el mejor testigo de esta noche interminable que por desgracia se termina y se lleva consigo detalles infinitos que se merecen, cómo el mejor tesoro, estar a buen recaudo en la caja fuerte de mi memoria.
Cuándo resuelvo el laberinto de calles y la suerte me brinda un sitio para aparcar (no demasiado lejos de mi destino), pongo al fin el pie bajo el cielo cargado de nubes que descargan su llanto sobre mi cabeza. Aunque la lluvia no tiene demasiada importancia, me cubro con un sombrero y una americana. Y así, ataviado como un "gentlemen" cualquiera y empapado desde el sombrero a los zapatos, me saludan las calles vacías e irónicas de esta ciudad abierta mientras camino despacio hasta llegar a casa.
Una ciudad abierta que, de tanto en cuándo, esconde rincones mágicos dónde el tiempo se detiene por momentos que bien merecen pasar otra semana de desenfreno para regresar a ellos de nuevo.
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2 Comments:
El otro dia escuche a un niño decir que cuando llueve es que los muertos lloran. Yo tambien a veces veía que las calles y la ciudad frunce un ceño al vernos andar en carro, como celosa de que no pisemos los pies en ella.
Se nota que meditas mucho cada momento, que bueno, vives despacio...
Ave Fenice,
seguramente medito menos de lo que me gustaría y muchas veces vivo un poco más deprisa de lo recomendable.
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