martes, enero 15, 2008

El techo del mundo

La noticia de la muerte de Sir Edmud Hillary, la semana pasada, me llevó a pensar en lo que debió suponer, hace ya casi 55 años, la primera ascensión al Everest.
El Everest era por aquel entonces, la última frontera de la Tierra, un horizonte imposible para el ser humano. Era una aventura real, palpable, un reto. El Everest era el único lugar de la Tierra que no había sido conquistado aún por el hombre, una montaña que se cobraba en vidas muchos de los intentos por llegar a su cima.
Muchos años antes de la mítica ascensión de Hillary, en 1924, el montañero británico George Mallory se enfrentaba a su última oportunidad de conquistar la cima de la montaña. Tenía 38 años y era su tercer intento. En su primer intento, tres años antes, había explorado los accesos a la montaña y había encontrado la ruta que, a través del collado norte y del glaciar del Rongbuk, daba acceso a la cima. Él había sido el encargado de cartografiar el glaciar y de encontrar el paso que lo atravesaba, aunque no había podido completar la cumbre. En su segundo intento, un año después del primero, un alud sorprendió a la expedición mientras se aproximaban a la cima y Mallory, enterrado en la nieve, aún conservó fuerzas para excavar y encontrar al único superviviente. Fallecieron siete personas.
En el tercer intento, Mallory sabía que no había marcha atrás. El Everest se había convertido en su obsesión y estaba determinado a escalarlo "porque está ahí", como él solía decir. En su última anotación antes de intentar llegar a la cumbre escribió "La suerte está echada. De nuevo por última vez avanzamos por el glaciar de Rongbuk en pos de la victoria o de la derrota final". En aquella ocasión le acompañaba Andrew Irvine, un joven montañero de 22 años. Juntos emprendieron la última parte del camino al techo del mundo y fueron vistos por última vez por Noel Oddell, que desde el campamento base y a través de un telescopio seguía las evoluciones de ambos. Después de aquello nunca más se supo de Irvine y de Mallory. Se desconoce incluso si llegaron a la cumbre, pero en cualquier caso nunca volvieron para contarlo. Murieron allá arriba y 75 años más tarde una expedición encontró el cuerpo de Mallory sepultado a 500 metros de la cima. Hasta el momento no se ha podido encontrar el cuerpo de Irvine, que sigue descansando en algún lugar, muy cerca de la cima del Everest.
Casi 30 años después de la trágica muerte de Mallory y de Irvine, otra expedición trataba de conquistar la cumbre de la montaña. Aquel grupo alpinista estaba compuesto por médicos, científicos y técnicos. Entre ellos se encontraba Edmund Hillary, de 34 años, neozelandés y apicultor de oficio, pero con gran experiencia como escalador y montañero. Tras varios intentos, el grupo no pudo conquistar la cima y entonces, Hillary, acompañado del Sherpa Tensing, intentó alcanzar la cima. Era el 29 de mayo de 1953, y a las 11:30 pisaron por primera vez el techo del mundo, dónde se detuvieron apenas un cuarto de hora. La noticia llegó a Londres el 2 de junio a la misma hora que se celebraba la coronación de la reina Isabel II y a su regreso a Inglaterra, Hillary fue nombrado Caballero por la recién coronada reina.
Sir Edmund debía ser, quizá, el último heredero de los hombres que se jugaban la vida por ver qué había más allá. Él y el sherpa Tenzing Norgay, fallecido en 1986, fueron los últimos hombres que pisaron un lugar de la Tierra dónde antes no había estado nadie. Ahí es nada.
Esa determinación, ese afán por la aventura, me parece admirable y aunque seguramente hoy los retos a los que nos enfrentamos son otros y al ser humano ya no le quedan lugares por descubrir en este planeta, la historia de la conquista del techo del mundo consigue (por lo menos a mi) conmoverme y apretarme ni que sea un poco, el corazón.

1 Comments:

Anonymous carlosfierro said...

que noble tu comentario , soy montañero del sur de america

2:13 a. m., septiembre 02, 2010  

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