Lisboa (2)
Lo primero que hice a mi llegada a Lisboa fue salir al amparo de la noche lisboeta y subirme en un taxi. La mayoría de los taxis de la ciudad son antiguos modelos de Mercedes que se caracterizan por sus vertiginosas carreras. Precisamente tras sufrir una de esas vertiginosas carreras (con un taxista silencioso que iba escuchando un partido del Oporto por la radio y que puso cara de pocos amigos cuándo el equipo portugués recibió un gol) me planté en mi hotel, que era un viejo edificio de 6 plantas cercano al centro de la ciudad, que sin duda había conocido épocas mejores y que actualmente estaba sumido en un proceso de obras y reformas, de ahí lo barato del precio de la estancia.
Sin perder demasiado tiempo, salí a buscar un sitio cercano para cenar. Me puse a recorrer sin demasiado afán la Avenida da Libertade (algo que haría muchas veces durante estos días) hasta encontrar un sitio que me pareció apropiado. Era tarde, estaba cansado y tenía hambre. Una cena rápida a base de bacalao y vuelta al hotel para hacer noche en mi habitación, que era enorme, poco ventilada y de techos altísimos.
Al día siguiente me puse pronto en marcha con la idea de llegar hasta el barrio de Alfama, que era una de mis principales excusas para viajar a Lisboa. Desayuno rápido y paseo tranquilo hasta la Baixa, bajando por la Via Augusta hasta la Praça do Comércio, uno de los centros neurálgicos de la capital y escenario importante de la Revolución de los Claveles, en 1974. La plaza sorprende por su dimensión y su espacio amplio y libre, por la monumentalidad que la rodea, por la estatua de José I y por el Arco Triunfal que la comunica con la principal calle de la Baixa. Sin detenerme allí, remontando el estuario del Tajo entro en la freguesía de Sé y empiezo a sufrir las empinadas subidas de esta zona de Lisboa. En Sé es común encontrar tiendas de anticuarios y aquí hago un alto para visitar la Catedral. Es temprano y cuándo llego al templo, éste aún se mantiene prácticamente vacío y silencioso. Un vistazo a las capillas me descubre un hermoso belén y cuándo paseo por el claustro soy la única persona en esa parte del edificio, que actualmente alberga una excavación que ha sacado a la luz restos romanos, árabes y medievales. Subo a una de las torres y desde allí hago la primera de las fotos del viaje, con una impresionante vista de la ciudad volcada sobre la desembocadura del Tajo.
Dejo atrás la catedral y ahora sí, me adentro en Alfama. El silencio se apodera de las calles y mientras subo trabajosamente en dirección al Castillo de San Jorge, encuentro una pintada en una pared dónde dice lo siguiente (traduzco): "Turistas, respetad el silencio portugués. Si queréis ruido, iros a España". Me detengo al llegar hasta el primero de los muros del Castillo y en un ambiente irreal, me fumo un Montecristo ante la mirada curiosa de algunos turistas ingleses que cómo yo, se han plantado allá arriba en una soleada mañana de otoño. Tomo un café en una pequeña terraza y luego continúo adentrándome en la laberíntica Alfama hasta llegar al Largo de Sao Miguel do Castelo. En esta zona de la ciudad algunas de las casas son tan antiguas que no disponen ni de lavabo propio y por este motivo en la plaza aún se mantienen unos lavabos comunitarios. La mañana se me esfuma rápido y las calles cada vez están más llenas de turistas, así que decido buscar un sitio para comer y dejar la visita al Castillo para otro día. Bajando me detengo en el mirador de Santa Lucía, que es otro de esos rincones mágicos con magníficas vistas de la ciudad. Nostalgias aparte, el lugar evoca recuerdos agradables y me hace pensar en algunas personas.
Para comer escojo un pequeño restaurante junto a la Catedral y me deleito con vino, jamón, queso fresco, gambas y un "Bacalhau a braz". De postre, piña con vino de Oporto. Una de las cosas de la que más he disfrutado en Lisboa es de su gastronomía. Hice muchas, excelentes y abundantes comidas que normalmente me dejaban exhausto y me obligaban a reposar durante algunas horas.
Un paréntesis para descansar por la tarde y vuelta a ponerse en marcha para conocer el Chiado y el Bairro Alto. El Chiado es el lugar artístico y elegante de la ciudad, repleto de librerías y rodeado de un ambiente especial, bohemio y distinto. Voy con la idea de tomar algo en la terraza del Café Brasileira, el más característico de la zona y antaño punto de encuentro de poetas e intelectuales portugueses, entre ellos Fernando Pessoa, del que puede verse una estatua sentada en una de las mesas de la terraza. El Brasileira hierve de actividad y no hay ningún sitio libre, así que opto por quedarme en una terraza cercana y leer un poco mientras tomo algo tranquilamente.
Empieza a anochecer y doy una vuelta por el Bairro Alto, zona de actividad nocturna y locales de ocio, además de restaurantes y locales en los que todavía sobrevive el fado. Voy con la idea de cenar en el Severa, un local de la Rúa das Gáveas, pero cuándo llego allí me lo encuentro cerrado, así que no me queda más opción que optar por un oscuro restaurante en la parte alta de la misma calle. Durante la cena hago la primera toma de contacto con el fado lisboeta, con un repertorio que evoca tristezas, lamentos, nostalgias y amores desolados. Al escuchar a aquella cantante de fados pienso en cómo deben ser las noches en aquél lugar, con aquella música inundando de trsiteza los ambientes y en que casi parece que aquella mujer cada noche se muera de pena al cantar. Una pequeña y sencilla maravilla regada con copas de Oporto blanco. Cierro el día cojiendo un elevador que me deja a punto para recorrer (una vez más) la Avenida da Libertade y regresar hasta mi hotel.
Imagen (Alfama) de http://wwcom.net/pictures/2000picts/Alfama.jpg
Imagen (Pessoa) de http://img155.imageshack.us/img155/1729/lispessoahf8.jpg
2 Comments:
Javi
Segueixo els teus posts de Lisboa amb molta atenció, a mi també em va donar per explicar aquesta magnífica experiència.
Ramon,
quan vas fer els teus apunts de viatge, jo també els vaig seguir amb atenció i suposo que la teva experiència em va servir de referència per la meva.
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