sábado, febrero 28, 2009

Patxi Lehendakari

Atravesamos las puertas de la Casilla justo cuándo una voz nos presenta al Presidente del Gobierno. Después de diez horas y media de un viaje con algún sobresalto, con mucha inquietud y algunos nervios, pisábamos el suelo de Bilbao a las ocho y media de la tarde. Todo el cansancio acumulado se evaporaba mientras íbamos caminando por el pasillo lateral del pabellón, pasando frente a puertas que nos mostraban un universo de rostros que apuntaban hacia el centro de un escenario aún invisible para nosotros.
Al llegar al fondo del pasillo y adentrarnos en la última puerta, todo empieza a aclararse un poco, y tras escurrirnos entre una nube de personas, conseguimos echar el primer vistazo a un pabellón lleno hasta los topes. La imagen no nos sobrecoje demasiado, pero es que ya estamos acostumbrados a esta clase de actos y aún conservamos bien fresca la imagen de aquel Sant Jordi en que cuarenta mil gargantas clamamos juntas hace ya casi un año.
Desde nuestro rincón apenas llegamos a ver el escenario, y tan sólo vislumbramos la nuca de José Luis Rodríguez Zapatero, que ha empezado a animar el ambiente con su discurso mitinero cargado de referencias a los jóvenes y a los valores del socialismo. Escorado a su derecha, con la mirada de frente, por fin vemos a Patxi López, con su gesto tranquilo y sereno.
Me entretengo observando todo lo que me rodea: el despliegue de medios, la disposición de los asistentes, las banderas entre el público... pero sobretodo miro a los que me rodean, me fijo en los ánimos de la gente, busco el reflejo de los sentimientos que se proyectan en cada gesto, en cada mirada, en cada sonrisa... lo que me encuentro es sencillamente fantástico. Esta no es la imagen de una sociedad marcada por el miedo y por la violencia, estos no son los rostros que a menudo se nos muestran desde una distancia distorsionada a través de los medios de comunicación. Lo que yo veo es puro optimismo y alegría en estas caras; ganas de avanzar, de salir adelante incluso en las circunstancias más difíciles, esfuerzo y afán de superación, valores herederos de la mejor tradición de los trabajadores. Zapatero continúa hablando, pero ahora de la historia de esta tierra increíble, Euskadi, de los obreros venidos de todas partes a plantar aquí sus sueños con la esperanza de hallar un futuro mejor, de los valores que hace más de cien años empujaron a los trabajadores de la margen izquierda del Nervión a fundar el Partido Socialista de Euskadi.
Zapatero termina, nos ponemos en pie y junto con nosotros, Patxi también se levanta y se situa en el corazón del escenario. Mi centro de atención se desvía, ahora estoy pendiente de él. Suya es buena parte de la culpa que nos ha empujado hasta esta locura que supone haber venido hoy hasta Bilbao.
El candidato arranca hablando en vasco, dándonos la bienvenida. Me doy cuenta de que nunca antes había escuchado el euskera en persona. La sonoridad del idioma nos enamora y la serenidad de Patxi, también. Casi sin darnos cuenta, ensimismados, ha cambiado de idioma y empezamos a seguir sus palabras. Nos sumerge en una historia fascinante. Su discurso es un alegato al diálogo, al progreso, a la suma de sensibilidades, a la libertad, a los sentimientos, a la unidad del pueblo vasco, a la paz...
Nos habla de la tradición del pueblo vasco, de lo mejor de su historia, de las minas de la arboleda, de las fábricas, de la solidaridad, del lehendakari Ramón Rubial, de los trabajadores de la margen izquierda, de aquellos que dieron sus vidas por la libertad... y es en ese momento, con su mención a las víctimas de ETA, cuándo un escalofrío nos recorre la espalda. Surge entonces el recuerdo de Fernando Múgica, de Isaías Carrasco, de Fernando Buesa, de Juan Priede, de Enrique Casas y de muchos otros. Nos habla de lo que supone levantarse cada mañana arriesgándolo todo para defender a los demás, porque precisamente en eso consiste la política en el País Vasco.
Nos habla de él mismo, de la sencillez en su mejor expresión. Menciona el mestizaje y la pluralidad. Su discurso nos cautiva. Nos da, en tan sólo unos minutos, el mejor retrato de lo que supone ser un socialista vasco. Un retrato que compartimos, que nos acerca a la gente de esta tierra, a la esperanza. Nos acerca, en definitiva, a los sueños. Su discurso es un canto llamando a que hagamos historia. Porque la historia se hace cada día, pero hay días especiales, y no nos cabe duda de que el domingo será uno de ellos.
El final de su discurso desata la emoción contenida entre las paredes de este pabellón. Veo lágrimas en los ojos de algunos compañeros. El momento es increíble. Suena música de Bruce Springsteen. Sin saber exactamente cómo, en un instante hemos saltado desde nuestro rincón para aparecer en el centro del recinto y encontrarnos frente a frente con Patxi, rodeados de gente y deslumbrados por los flashes. Patxi nos ha emocionado. Y esa emoción es lo que nos llevaremos con nosotros en nuestro largo regreso a casa. Las interminables horas de viaje merecerán la pena y sólo nos quedará aguardar al domingo, cuándo con impaciencia y expectación, esperaremos la victoria de Patxi para que el cambio por fin llegue a Euskadi.