miércoles, octubre 22, 2008

Black Power

Hace 40 años, durante los Juegos Olímpicos de México, una fotografía dió la vuelta al mundo. Era un momento de enormes convulsiones sociales y políticas. Martin Luther King había sido asesinado algunos meses antes y Estados Unidos se encontraba en plena guerra de Vietnam.
La imagen en cuestión era la de tres hombres subidos a un podio, dos de ellos de raza negra, uno con el puño derecho levantado y cubierto por un guante negro, símbolo del Black Power. La cabeza levemente humillada y los pies descalzos y cubiertos por unos largos calcetines negros. Un insignia destaca sobre su chándal y del pecho le cuelga una medalla de oro. Es el campeón olímpico de los 200 metros lisos. Es Tommie Smith. Le flanquean un atleta blanco con la misma insignia que lleva Smith, y un atleta que levanta su enguantado puño izquierdo. Uno es Peter Norman, segundo en la prueba. El otro es John Carlos, el exhuberante velocista del Harlem neoyorquino.
Aquella final olímpica de los 200 metros fue histórica en muchos sentidos. Por su belleza, en primer lugar. John Carlos arrancó cómo un obús. Tanto, que salió de la curva con metro y medio de ventaja sobre Tommie Smith. Entonces, ocurrió algo casi sobrenatural. Sin aparente esfuerzo, en cuatro zancadas, Smith se recuperó y voló hasta la meta. Fue una demostración de armonía, serenidad y eficacia. Diez metros antes de la llegada, Smith extendió sus brazos en cruz y cruzó la meta. Por detrás, un incrédulo Carlos se resignó tanto que cedió el segundo puesto al australiano Norman.
En el vestuario, Smith y Carlos hablaron de la protesta. Había dos guantes negros. Ambos se enfundaron uno. En el túnel del estadio conversaron con el tímido Norman y le ofrecieron la insignia del Proyecto Pro Derechos Humanos. Norman se la colocó en el chándal y los tres se dirigieron al podio. Sonó el himno estadounidense. El resto es historia y está recogido en una de las fotografías más famosas de la historia.
Después de aquello, Smith y Carlos fueron obligados a abandonar la villa olímpica. Recibieron amenazas de muerte durante meses. Vivieron siempre en las antípodas del estrellato. Vidas sacrificadas, trágicas en el caso de John Carlos, cuya mujer se suicidó años después, o de Peter Norman, que terminó alcoholizado y no pudo disputar los juegos olímpicos de Munich 72. Pero detrás del sacrificio personal queda un legado imperecedero. El gesto de Smith, Norman y Carlos fue decisivo en la lucha contra cualquier forma de segregación en el deporte y en la sociedad.
Cuarenta años después, las cosas no son perfectas, pero tampoco iguales. En dos semanas, un negro puede alcanzar la presidencia de los Estados Unidos, y el propio Barack Obama es consecuencia de múltiples factores, entre ellos la lucha por los derechos básicos que mantuvieron un puñado de atletas a finales de los años 60.