jueves, agosto 08, 2013

Uso del "echarte de menos"


He decidido distraerme
y pasar
las anodinas,
rutinarias,
aburridas tardes
de esta
impaciente,
densa,
infinita ausencia,
reclamando
mi tímido derecho
al uso recurrente
del “echarte de menos”.

Así es,
arderá mi alma en silencio,
andaré frío bajo el sol de verano;
desde una esquina de mi pecho
manosearé las palabras que te escribo…
y permaneceré despierto
más allá de las horas
en que te pienso, suspiro y sueño.
Me bastará apenas un pedazo
de ti (de nosotros)
para redescubrir de nuevo
el uso olvidado de este bendito
“echarte de menos”.

Que cuándo regreses,
prometo estar dispuesto
a dejarlo de usar.

jueves, agosto 01, 2013

"A un papa", de Pier Paolo Pasolini

Pocos días antes de que tú murieras, la muerte  
había puesto sus ojos en un coetáneo tuyo:  
a los veinte años, tú eras estudiante, él albañil,
tú noble y rico, él un joven plebeyo:
pero los mismos días, sobre ustedes, han dorado a la vieja Roma
que se estaba volviendo tan nueva.
Vi sus despojos, pobre Zucchetto.
Borracho, vagaba de noche en torno a los Mercados,
y un tranvía que venía de San Paolo,
lo arrolló y lo arrastró un rato por los rieles, entre plátanos:
durante unas horas permaneció allí, bajo las ruedas:
alguna gente se reunió alrededor para mirarlo, en silencio:
era tarde, y eran pocos los transeúntes.
Uno de esos hombres que existen porque existes tú,
un viejo policía fanfarrón como un rufián,
al que se acercaba demasiado gritaba: “¡Fuera, a correrse!”.
Después vino el automóvil de un hospital a cargarlo:
la gente se fue, y quedó sólo algún guiñapo aquí o allá,
y la dueña de un bar nocturno, más adelante,
que lo conocía, dijo a un recién llegado
que Zucchetto había terminado abajo del tranvía y había muerto.
Pocos días después te morías tú: Zucchetto era uno
de tu inmensa grey romana y humana,
un pobre borracho, sin familia y sin lecho,
que vagaba por la noche, viviendo quién sabe cómo.
Tú nada sabías de él: como nada sabías de otros mil y mil cristos como él.
Tal vez yo sea duro al preguntarme por qué razón
la gente como Zucchetto era indigna de tu amor.
Hay sitios infames, donde madres y niños
viven en un polvo antiguo, en fango de otras épocas.
No muy lejos, por cierto, de donde tú vivías,
con los ojos puestos en la bella cúpula de San Pedro,
hay uno de esos lugares, el Gelsomino…
Un monte cortado en mitad de la cantera, y abajo
entre los escombros y una fila de edificios nuevos,
un montón de construcciones miserables,
no casas sino pocilgas.
Bastaba un sólo gesto tuyo, una sola palabra,
para que éstos, tus hijos, tuvieran un hogar:
no hiciste un gesto, ni dijiste una palabra.
¡No se te pedía que perdonaras a Marx! Una ola
inmensa que se refracta de milenios de vida
te separaba de ellos, de su religión:
pero en tu religión ¿no se habla de piedad?
Millares de hombres bajo tu pontificado,
ante tus ojos, han vivido en establos y pocilgas.
Lo sabías, pecar no significa hacer el mal:
no hacer el bien, eso significa pecar.
¡Cuánto bien pudiste hacer! Y no lo has hecho:
no ha habido un pecador tan grande como tú.