lunes, septiembre 07, 2015

Hablar por hablar

Hablar es gratis. Basta con echar un vistazo a nuestro alrededor para comprobarlo constantemente. Hoy en día se da la circunstancia de que, a menudo, cuándo algunas cosas no tienen ningún tipo de coste, se acaba por no darles el verdadero valor que tienen. Ocurre a diario con muchos servicios públicos, sin ir más lejos. Y en el caso del lenguaje y de la palabra, creo que sucede algo parecido.

Imaginen por un momento que pudiésemos volver a otorgarle al lenguaje el lugar que se merece. En ocasiones creo que el mundo sería un lugar mejor si se limitase el número de palabras que las personas podemos decir a diario. No me malinterpreten: no soy partidario de la censura ni de coartar la libertad de expresión. Que cada cuál diga lo que quiera y cómo quiera. Pero por favor, almenos intentemos utilizar la cabeza con la misma asiduidad que la lengua. 

Piensen, por ejemplo, en la cantidad de sandeces que nos ahorraríamos escuchar. En el caso de los políticos, seguro que se lo pensarían dos veces antes de abrir la boca, especialmente cuándo se acercan las elecciones. Ante la escasez, imaginación: a menos palabras, también menos mentiras, o menos propuestas irrealizables. También ganaríamos en calidad del mensaje: habría que ser más cuidadoso con las palabras escogidas en un discurso o en una entrevista. Seguro que las cumbres entre líderes serían algo mucho más útil, ya que se perdería mucho menos tiempo en los diálogos de sordos.

Los medios de comunicación también mejorarían ostensiblemente. Seguro que las tertulias serían mucho más interesantes. Piensen en esos insufribles tertulianos que abundan en tantos medios. Se acabaría el hablar por hablar, y las interrupciones gritonas e innecesarias de determinados invitados en programas de radio o televisión.

En la misma línea, el espacio público seguro que sería mucho más amable. Piensen en ese bar dónde la gente habla a gritos ahogando las conversaciones de los demás, o en ese viaje diario en el metro o autobús escuchando el relato insoportable de un par de pasajeros a nuestras espaldas.

La medida no sólo tendría efectos positivos en el habla, sino también en la escucha. Hablar menos seguro que provocaría que afinásemos mucho más el oído. Prestaríamos más atención a nuestro alrededor. Aprenderíamos a escuchar más y mejor. Seríamos mejores conversardores. Me atrevo a pensar, incluso, que aumentaría el interés por la lectura, en busca de nuevos e interesantes mensajes sin límite de palabras (porque la limitación no afectaría en ningún caso al medio escrito).

Quizás, de este modo, mejorarían el diálogo y las conversaciones, y se reduciría el charloteo y la palabrería. No vamos tan sobrados de lo primero y en cambio, estamos saturados de lo segundo. Imaginen por un momento que esto fuera posible y, si se convencen de ello, intenten medir sus palabras. Se lo dice alguien que en demasiadas ocasiones, seguro que habla más de lo necesario.